Once cigarros

Estaba fumándome el primer cigarro de la caja. No del día. Y no de la noche. Inquieta por recoger las partes de mi que se habían quemado. Cuando me di cuenta que este año, había amanecido en la acera todo el tiempo, es extraño recordar sin llegar a ese hilo de nostalgia, a esos porque no hice esto, o porque no lo supe. Procurando no caer en lamentaciones inservibles, cuando me prendo el segundo cigarro.
Es que el problema no era destrozar, romper o eliminar cosas, el conflicto estaba en que necesitaba pegar, construir y armar me. A mi.
Sin embargo tome las decisiones que me llevan a fumarme el tercer cigarro, como un hecho, indecoroso de que el vicio, el humo y el tabaco, adormecen los sentidos.
Para que recordar sin lamentar? Es como amar sin besar.
Y como la vida se vive así, en emociones, las emociones me dejaron devastada.
Y se vive la vida sin vivir.
Y es lo que menos se desea en esta existencia.
Cuando los planes no resultan, cuando las casas se caen y los sueños se nublan… Prendo otro cigarro, creyendo según la cuenta es el cuarto.
Ese sinsabor que te deja un año destruido, un año inquieto, cuando lo único que quieres es despertar o dormir, según el día o la hora.
Y dicen que los años así te hacen grandes y fuertes, te hacen del material que deberías estar hecho.
Pero no estoy hecha de hierro, sino de carne huesos y tendones, entonces me fumo el quinto, para no perder la costumbre.
Las madrugadas se hacen largas añorando los momentos de tranquilidad, cuando lo que perturbaban eran los fantasmas que con risas se escondían.
Crecer tendrá ese efecto, de que te duele hasta los huesos, que te hace sentir pequeño. Y nos contamos historias donde crecer hará todo más fácil, cuando en realidad te empiezan a doler partes que ni sabías que tenias.
Voy por el sexto y no ha pasado ni una hora, y me pregunto de que estoy hecha cuando voy por el séptimo cigarro que se le adjunta un octavo. Llevo bien esa cuenta? Cuando no puedo llevar mi vida?
Entonces el corazón trabaja más lento mientras aspiro con ansiedad y mis dedos tocan la boquilla, pero los ojos se abren y la mente se burla, buscando momentos de tortura. Ese apego al dolor me tiene cansada, como el olor de golpe a nicotina.
Pero me fumo otro y creo que es el octavo, si aún la memoria no me falla, pero si falla cuando le conviene.
Y es que nada carnal podrá curar el alma, nada sencillo cura el espíritu pero el cuerpo hace caso omiso al dolor de adentro y se sumerge en otro cigarro, para completar el noveno.
Y para fumarme uno, y ya para contar hasta diez o hasta treinta, y ya no sabría llevar bien esta cuenta, ya para sentirme aturdida me aspiro el humo con necesidad y ya para entender, me di cuenta que estoy hecha de humo.

Deja un comentario