El último día en la tierra

Aquel día la mujer se despertó con la certeza de que iba a ser diferente. No era por el despertar, por fin, con el sonido de la alarma, sino más bien, porque al abrir los ojos, todo estaba exactamente en el sitio como lo había soñado.
No quiso moverse por ese temor inculcado a que si se levantaba de la cama olvidaría todo lo que había soñado la noche anterior.
Así que se sintió el calor de su perrito entre sus pies, le costó un poco más concentrarse en el sonido de su respiración, que siempre estaba ahí, como compañera inequívoca de que seguía viva y por primera vez fue consciente de lo afortunada que era sentir el latido de su corazón, con ella.
Amo ese sonido primitivo, Por que nunca lo había escuchado con más atención?
Cerro los ojos, aún sin moverse y lo supo.
Todo su sueño se cumpliría.
La luz de la puerta que daba al pequeño jardín, se filtraba por la ventana, el sonido lejano de la canción de su padre tocaba desde el piso inferior. El televisor, que había ganado la batalla una noche más contra la oscuridad, reflejaba la misma escena de aquella parodia animada de la cultura.

Como podría ser posible? De ser así, este sería su última día en la tierra.

Sin el pesimismo que podía llevar esa afirmación, la mujer se sintió completa en ese momento, pensó en su niñez. Que más buena que mala, con aquellos fantasmas que aún la atormentaban en sus momentos oscuros, ya había pasado. Había pasado el miedo a no ser tomada en cuenta en un mundo de gigantes, esos gigantes que peleaban y gritaban interrumpiendo sus juegos. Había pasado el miedo a no ser una buena niña, porque los gigantes no eran más que personas que también fallaban.
Había disminuido el miedo a estar sólo, pues en la soledad consiguió sus mejores ideas, esas que pegan como un relámpago sólo cuando hablas contigo.
Y el miedo infantil a la oscuridad? No, ese jamás lo dejo.
Se habían quedado los recuerdos de los veranos jugando a la pelota o a la escondida, los helados en días calurosos y los dibujos en la pared, se quedaron grabados los episodios de televisión con las risas estridentes cuando se escapaba a jugar a una hora no adecuada.
Se quedo lo bueno, pensó ella.

Había pasado el miedo a crecer cuando se acercaba la pubertad.
Había pasado esa imagen de patito feo en un cuerpo extraño que no era el de ella.
Había pasado la infelicidad cuando los gigantes decían que ya era mayor, en un cuerpo largo, con una mente de niña.
Por otra parte, se había quedado las rutinas del maquillaje, para igualar a la joven de su mente con la física.
Se habían quedado el primer besos con los nervios, el primer amor utópico, la primera decepción y entender las mentes de las mujeres tanto como la de los hombres.
Se había quedado con el coqueteo intencional para poder atraer al joven que le gustaba.
Se quedo con el perfume, las cartas, las canciones, el baile y las primeras resacas.
Y la incomodidad a sentirse muy gorda o muy flaca? No, esa nunca se la saco, y como?

Se quedo con lo posible, lo mejor, lo entendible.

De adulta había pasado por amores,desde tiranos que nunca le dieron un espacio para ser ella, hasta verdaderos caballeros de armadura que jamás le enseñaron a protegerse a si misma.
Se quedo con todo lo bueno de sus relaciones, las risas y las llamadas a hasta tarde y los besos de buenas noches.
Se quedo con los viajes y planes a otras ciudades que jamás se cumplieron.
Se quedo con los sueños de familias numerosas viviendo en las montañas.
Se quedo con las tardes de lectura, las noches de pasión, las escapadas en madrugada.

Eligió entender que cada uno fue un maestro que la enseño a conocerse y a nunca más aceptar menos que eso.

Y respiro.

Se levantó de la cama y si moría como su sueño había predicho, iba a desechar en ese día, todas las cosas que la hacían infeliz, iba hacer en unas cuantas horas, todo lo que la humanidad deseó y jamás consigo.

El suelo del piso, se sintió frío en las plantas, el frío recorrió sus células y agradeció. Habría frío en la otra vida? No lo sabía, pero aquí sentirla por unos momentos era una bendición. Dio los primeros pasos y se maravilló por el equilibrio que mostraban sus piernas, firmes, amables y colaboradoras.
Había algo más bonito que estar de pie mirando el mundo? Quizás estar acostada viendo las estrellas se le podría igual- pensó.

Abrió la llave del grifo para bañarse y a pesar de sus gustos, tomo un baño con el agua a temperatura ambiente.
Lavó su cabello tocando lo sublime del jabón, el sonido del agua cayendo y la magia que era sentirse limpia.

Exactamente así había pasado en su sueño y ella no era bien para desafiar las leyes del universo.

Salió del baño y decidió estar desnuda un rato y se observó en ese espejo, ese mismo objeto que tan mal la había tratado año tras año, decidiendo esta vez y para siempre, hacer las pases con el.
Quería quedarse con lo mejor de si y el espejo tenía que colaborar. Es verdad, desde la adolescencia se instaló en ella el programa «no me gusta esto de ti» pero no podía pasar ese día peleando.
Si su nariz estaba rota, se sorprendió de la sombra que proyectaba en la pared.
Si sus brazos y piernas eran cortos, les agradeció haber corrido tan rápido en momentos perfectos y sus brazos fueron firmes para abrazar y alcanzar sus metas.
Si su abdomen no era plano, lo acarició por la vida que siempre le brindo, mes tras mes.
Si su cuerpo distaba muchísimo de ser el de una modelo, lo felicito por la salud que siempre mostró.
Su cabello, que había soportado los tintes, los cortes, los infantiles piojos. Su rostro y piel colaboraron con el maquillaje día tras día sin quejarse. Su boca, fina y sin botox, batalló las risas más cargadas, las muecas más infantiles y los besos que marcaron el alma.
Y sin olvidar sus ojos, que a pesar de ser de un color tan común como el marrón, vieron la magia de los amantes y los anocheceres, las estrellas fugaces con sus deseos, la vida en los árboles cuando el viento los hacía bailar, la amistad incondicional de los animales y los humanos.

Ese día comió probando los bocados sin pensar en los kilos de más, el dulce del chocolate, el salado de unas papas fritas, lo amargo de un café y lo pura que puede ser el agua.

Respiró como nunca, aspirando cada bocada como si fuera la última. Y sintió la lluvia en su piel.

Corrió como si no hubiese mañana, recordando las tardes de pelotas y amistades eternas.

Y al llegar la noche abrazo a todos hasta más no poder.
Se encontró con sus padres y se dio cuenta que ya no eran gigantes, ni mucho menos súper héroes, sólo eran eso, padres que le había dado lo mejor en el mejor momento con lo mejor que tenían. Dijo las palabras más lindas a sus seres queridos, esas que no pueden salir sin lágrimas pero que se graban para siempre, escribió las historias que nunca había logrado terminar y por último regaló un beso al universo, antes que sus ojos se cerrarán de tanto cansancio.

Esa noche, si murió.
Murió la niña herida en un mundo de gigantes.
Murió la joven que se sentía o muy fea, o muy gorda o muy flaca o muy promedio.
Murió la mujer que se aferraba a decepciones y tragedias.

Porque ese día se cansó de ser infeliz. Y así, sólo decidiendo, dejo de serlo.